Una declaración de amor… Así se siente cada gesto, cada mirada, cada palmada cuando uno se reinicia y hay otro que se da cuenta. Digo reiniciarse como la acción de decidir saltar de una vida armada a otra, donde todo está por hacer. Fuera de lo hecho, de la familia grande, de los lugares comunes, de esa esquina que reconoces porque por allí pasaste tantas veces. Ya no encuentras al azar fotos viejas, notas de adolescencia. Tampoco te topas por casualidad con los amigos de siempre, ni con esa pared donde tus padres medían estaturas y expectativas. Ya no está ese café del primer beso, ni la película de los 15 años. La red se cae, y no hay abuelas, ni primos, ni nanas que sostengan ese equilibrio de paternidad y pareja. No hubo espacio para meter una vida en un par de maletas.
Ya los espacios son otros, ajenos, distantes. Y entonces uno extraña eso que estorbaba: notas, papeles y huellas de lo que fue. Ahora el espacio no se ve. Se siente como esa escultura del emigrante de Ganachico, como un vacío que nos atraviesa para marcarnos para siempre con lo que desapareció.
Una declaración de amor sucede, cuando en oficios inesperados, nos encontramos con alguien que nos dice, “¡Qué tragedia la de Venezuela!, pero menos mal que ustedes nos tienen a nosotros”. “No tienen a nosotros”. Nada más vivo, nada más bonito que asumir que los tenemos (sin solicitarlo) , que sentir que entramos a sus vida (sin ellos pedirlo), y aún así somos bienvenidos.
«Nos tienen a nosotros», como sino existieran dudas de que esto es así Porque sí, porque somos países hermanos, ¿no? Y entonces se van llenando otros vacíos, de otra forma, de otra gente, de otros recuerdos. De una declaración de amor que surge de la nada, sin obligación, sin ataduras, solo porque sí. Porque nos tenemos.
(Gracias #Colombia, gracias #Medellín). .
Foto. Monumento al Emigrante Canario — Garachico (Santa Cruz de Tenerife), España